En estos últimos años, a través de la cerámica y joyería contemporánea, he experimentado la pulsión de trabajar el material hasta llevarlo al límite de su finura, y a partir de ahí he creado piezas frágiles, delicadas, que se rompen. Si bien nunca fue algo buscado, siempre tuve la conciencia de que aquello pasaría más temprano que tarde. Durante el proceso se deformaron, quebraron y rompieron muchas piezas. Llevada por el deseo de crear, luego de atravesar la frustración, aprendí a convivir con ello, transformándolas en nuevas piezas.
Mas allá de las opiniones y consejos de aumentar los espesores (y mi propio intento de
concretarlo), siempre terminaba en lo mismo: La razón me decía una cosa y mis manos otra.
Entendí, que además de conocer, debía aceptar la materialidad. A muchas de ellas las he guardado o descartado a pesar de que cada una poseía una historia: algo que me habían enseñado, algo bello en su estética, en sus formas, en sus roturas que revelaban nuevos colores interiores, en sus bordes afilados e imperfectos pero fluídos, naturales, espontáneos… Comencé a pensar que tal vez eso mismo que quería evitar en un principio (la fractura), era en realidad lo único que evidenciaba la delicadeza del material.
La efimeridad de la naturaleza lo alberga todo: la vida, la muerte, el paso del tiempo. Revela su fortaleza y sensibilidad. Sólo al contemplarla parece detenerse.
¿Qué hay detrás de esa fragilidad en los objetos? ¿Cuál es su significado? ¿Cuál es la razón y el devenir de sus cortas vidas? ¿Qué nos ocurre cuando se nos rompe una joya o una pieza de arte y la diferencia con cualquier otro objeto? ¿Cuál es la diferencia cultural entre un objeto y una joya?
El tomar noción de esa delicadeza nos hace entender que en algún momento se va a quebrar, y de esta forma nos permitimos acercarnos al objeto, crear un vínculo más real. Sin embargo, al tratarse de una joya, no aceptamos que su vida útil se va a terminar como nos sucedería con cualquier otro objeto (al igual que lo haríamos por ejemplo con una copa de cristal u otra vajilla). ¿Nos cuesta tanto aceptar que esa fragilidad es parte de su belleza, asumir el compromiso de usarla, hacerla parte de nosotros?
Últimamente
me he sentido como envuelta por estos pensamientos y sentimientos. Y tal vez
sea por estar en un lugar tan ajeno y tan distante de todo lo mío, que esta
necesidad de desprendimiento me es tan relevante.
Si bien en el momento de “hacer
joyería” nunca fui una persona demasiado conceptual, sino mas bien
experimental, y mas dispersa que lineal, mi escencia y los temas que me mueven
son como una nube compacta. Pero hay momentos en que el camino comienza a estrecharse
como un embudo. Ahora sólo quiero que atravesarlo, porque ese camino se hace
mas claro. Más profundo, sí, pero mas luminoso.
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